Los recientes resultados de la Brújula Minera de la firma Jaime Arteaga y Asociados arrojaron un resultado que me llamó la atención: el relacionado con los conflictos que se registran en los municipios donde hay presencia de proyectos de alto impacto.
Cuando le preguntaron a los encuestados cuál creían ellos que era la principal razón para que se dieran conflictos entre comunidades y empresas mineras, las dos principales razones que señalaron fueron la preocupación por el medio ambiente y la existencia de organizaciones que quieren sacar provecho político y económico.
El tema ambiental, dada la importancia y relevancia que tiene en estos días, era esperable que saliera. Pero, me llama la atención la segunda razón que aparece como respuesta: la existencia de organizaciones que sacan provecho político y económico de los conflictos que se puedan formar entre empresas mineras, petroleras y comunidades.
En 2015, el 45% atribuía la preocupación por los impactos ambientales como el factor principal de los conflictos, frente al 42%, en 2016. El segundo factor escogido — existencia de organizaciones que sacan provecho político y económico de los conflictos—, pasó del 30% en 2015 al 39% en 2016. Si a esto le añadimos otro dato del estudio que muestra que la palabra más asociada con el concepto minería es “ilegal”, es probable que la opinión pública está cayendo en la cuenta que no han visto a ninguna ONG, especialmente de corte ambientalista, que se hayan opuesto públicamente a la extracción ilícita de minerales. Curiosamente las actividades de oposición minera y petrolera se generan donde hay una compañía, o un proyecto legal, pero jamás se desarrollan movilizaciones sociales en zonas de extracción ilegal o criminal, donde claramente el tema ambiental no es considerado de manera alguna por estos actores, pero tampoco reciben una condena social explícita en movilización social o digital alguna.
Pareciera, entonces, que las ONG levantan su airada y “profética” voz en aquellos lugares en donde es rentable hacerlo dando la razón a aquellas voces críticas que afirman que el ambientalismo no es más que otra forma de capitalismo. Y es que muchos ambientalistas ganan con la generación de conflictos que frenan las actividades de una compañía: a mayor ruido, mayores posibilidades de generación de ingresos de organizaciones internacionales, que les permiten moverse a lo largo del país, en viajes aéreos de primera clase, con hoteles de cinco estrellas y con públicos cautivos que no cuestionan la veracidad o rigor técnico o científico con los que difunden su mensaje. Al fin y al cabo, como decía William Dodd, directivo de Craver, Mathews, Smith y Co, —consultora para la recaudación de fondos de Greenpeace—: “Se necesita un sentido de la urgencia, y un enemigo”
Así, en el ambientalismo la exageración funciona y basa su el éxito en presentar frases con escenarios de amenaza catastrófica inminente que hacen creíble la información que presentan y que llevan a ganar adeptos rápidamente. Desafortunadamente desde la ciencia, los datos empíricos no tienen fuerza alguna contra las exageraciones y deformaciones que se presentan para retrasar emprendimientos de la industria extractiva.
Baste como ejemplo lo que pasa con un proyecto minero que se encuentre en una fase de prefactibilidad. Todavía los ingenieros, técnicos y directivos de las empresas no saben cómo se va a adelantar la extracción del recurso que se ha encontrado; o cómo va a ser el montajes de la mina; o qué equipos o rutas serán las definitivas. Aun así, los ambientalistas comienzan a difundir cartillas y “estudios” en donde ya se habla de cómo se va a llevar a cabo el proceso, la cantidad de materiales y equipos que van a ser usados, así como los impactos nefastos que va a producir.
Pero, como dice el refrán, no se puede llorar sobre la leche derramada. Ante la coyuntura actual de aseveraciones que generan miedo y movilizan a las comunidades, con mayor razón la industria extractiva debe seguir sumando esfuerzos comunicacionales para dar a conocer sus reales logros en materia de gestión ambiental, llenando los vacíos y clarificando el asunto de los impactos ambientales y sociales que tiene la industria para que estos vacíos no sean llenados por la mencionada formula: urgencia y enemigo.
Si bien es cierto que el diablo no es como lo pintan, la industria extractiva no ha logrado despojarse de la estigmatización de ser una actividad que destruye al medio ambiente y acaba con la vida humana así como todas las formas bióticas del entorno donde opera. Pero también es cierto que el diablo sabe más por viejo que por diablo, por lo que es hora de que el sector extractivo muestre la trayectoria de buenas prácticas que ha venido haciendo desde hace muchos, con resultados palpables en cuanto a cuidado y restauración de zonas ambientales sensibles.
Jhan Rivera
Director
MONODUAL
Jhan@monodual.com