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Sobrevaloración de la comunicación digital en tiempos de soledad colectiva

Algemiro Vergara

En una entrevista al gran semiólogo, Umberto Eco, decía en 2013 a propósito de la soledad, en un
mundo de redes virtuales: “Internet es una cosa y su contraria. Podría remediar la soledad de
muchos, pero resulta que la ha multiplicado; Internet ha permitido a muchos trabajar desde casa,
y eso ha aumentado su aislamiento. Y genera sus propios remedios para eliminar ese aislamiento,
Twitter, Facebook, que acaban incrementándola porque relaciona con figuras muchas veces
fantasmagóricas”.

Contrariamente a lo esperado, hoy estamos más solos que antes, a pesar de la hiperconexión en la
que nos encontramos, como en su momento lo expresara Javier Jiménez: “Solos y conectados, la
paradoja de la soledad en la época de los mil ‘amigos’ en redes”. En efecto, este psicólogo y
divulgador de contenidos de ciencia y tecnología entrevistó a cinco “influencers”, con miles de
seguidores y “amigos” en sus redes sociales, descubriendo en ellos que lo primaba era la soledad y
el vacío, a pesar de su aparente popularidad.

Esa es justamente la paradoja de internet: una tecnología eminentemente social pueda acabar
reduciendo la implicación social y el bienestar psicológico de sus usuarios. Aunque se supone que
la comunicación digital rompe las barreras y amplía las interacciones, lo cierto es que vuelve tan
difusas las relaciones, que la red social natural de las personas (no la virtual) se reduce, con el
consecuente incremento de un malestar psicológico y afectivo que conlleva la depresión y la
sensación de soledad y de vacío existencial.

Pero, al mismo tiempo, las personas buscan aumentar sus contactos a través de la comunicación
digital. Por eso les importa mucho el número de “seguidores”, “fans”, “amigos”, “likes” y, cuando
no obtienen la interacción deseada, experimentan una sensación de vacío, porque sienten que ya
no son populares, que han sido excluidos, como antaño se condenaba al ostracismo y al exilio a las
personas transgresoras del orden social.

Y esto se da porque, en últimas, las redes sociales digitales son “redes egocéntricas”. Cada sujeto
quiere expresar su identidad, o lo que quiere representar de sí, una validación de su perfil y, de
esta manera, los canales digitales dejan de ser una mediación para la comunicación, para
convertirse en una extensión, una prolongación de sí, generando una ansiedad permanente y una
necesidad de conexión permanente, al punto de sentarse al frente de otra persona, pero sin verla,
a no ser que le envíe un mensaje digital.

Pero, lo más llamativo de todo lo anterior, es creer que esto le pasa a todo el mundo, cuando la
realidad es otra muy distinta. Según, La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en el
reporte de 2017 de Medición de la Sociedad de la Información, se indica que dos de cada tres
habitantes en el planeta viven en un área con cobertura móvil de banda ancha (3G o superior)
pero, también se señala que unos 3.900 millones de personas no pueden usar Internet, lo que
supondría el 53% de la población mundial, es decir casi la mitad de los habitantes del globo.

Es esta realidad la que llevó a Umberto Eco a decir que internet es una herramienta clasista. Para
los que tienen los recursos intelectuales, la clase ilustrada, internet es un pozo de referencias,
conocimiento y oportunidades. Para los no ilustrados, internet está lleno de trampas y reclamos.

Si comenzamos a tener una mirada de este tipo, como estrategas de comunicación debemos dejar
de sobrevalorar la comunicación digital. Si bien en el diseño de una estrategia de comunicación no
podemos dejar de lado lo virtual, éste no puede ser el centro de las acciones. La mitad del mundo
está offline e, incluso para los hiperconectados, también sigue siendo válido el pensar la
comunicación interpersonal, el relacionamiento directo, los momentos de encuentro al calor y
aroma de una taza de café posibilitando que la persona abandone la pantalla para posar sus ojos
en el rostro del otro porque, como dice Coehlo, “Podemos tener todos los medios de
comunicación del mundo, pero nada, absolutamente nada sustituye la mirada del ser humano”. Y
ese es el mejor antídoto contra la soledad y el vacío existencial.

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